¡Ohhhhh...!

La compañía sudafricana The Forgotten Angle Theatre Collaborative pasó por México, en una gira que incluyó el Distrito Federal y varias ciudades del noreste del país. Fue ocasión de conocer y deleitarse con una propuesta fascinante, que deja a cualquiera boquiabierto.

Analía Melgar

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El director y coreógrafo Peter John Sabbagha, de la compañía The Forgotten Angle Theatre Collaborative, es sudafricano; tiene 37 años; estudió en la Rhodes University de Grahamstown, una pequeña ciudad llena de iglesias; fue premiado en el Dance Umbrella de Johannesburgo, principal festival de danza de Sudáfrica; es blanco en una población casi 90% negra; es gay, en un país reputado por su intolerancia hacia los homosexuales, particularmente en pueblos y zonas rurales; y tiene VIH/sida, como parte del 20% de la población nacional seropositiva, es decir, unos 5 millones de personas contagiadas.

Back es la obra con la que The Forgotten Angle Theatre Collaborative se presentó por primera vez en México (y en América), durante su gira en abril de este año. Protagonizada por las descomunales bailarinas Dada Masilo y Lulu Mlangeni, la pieza no parece responder a las preocupaciones habituales de Sabbagha, varias de cuyas creaciones aluden a la segregación que sufren los homosexuales y los infectados de VIH/sida en Sudáfrica. Back es un dúo para quedarse boquiabierto, no por su referencia temática, sino por el trabajo de las intérpretes, incluido en una composición sencilla pero bien aprovechada, en la que el público puede salir con la sensación de satisfacción garantizada: Back cumple estrictamente (y un poco más) con lo que promete. Lejos de grandilocuentes proposiciones conceptuales, este raro dúo –raro, porque en América Latina no es fácil acceder a la danza contemporánea africana, más allá de Robyn Orlin, por ejemplo– es una auténtica pieza de danza. Nada más ni nada menos.

¿Qué se ve en Back? El piso del escenario está recubierto por un tablero de micas metalizadas, a modo de linóleo; las luces que caen sobre él, reflejan un espejismo de sombras y claroscuros contra el telón del fondo. A los costados, un recurso muy básico: cubos con flores de tela que cuatro ventiladores agitan suavemente durante toda la función, apenas un guiño a la profunda belleza de las mujeres del espectáculo. La música: Vivaldi. Las bailarinas son dos fascinantes intérpretes negras; arriba, van completamente rapadas, abajo, descalzas; llevan idénticos vestidos, juveniles, drapeados, de impoluto color blanco.

Eso es todo. La fórmula de Back se compone de esos elementos y no más. Sí, lo demás existe, pero implica un gran desafío a la palabra. Es la entrega escénica, el gozo por el movimiento, el dominio absoluto del cuerpo, un encanto que no se aprende en ninguna escuela, la alegría, la picardía, la sensualidad, la ingenuidad, el ritmo, el juego, una bocanada de aire en suspensión, energía inagotable, el exotismo que los negros siguen produciendo frente a los que somos incapaces de estar el sol sin ir a parar al hospital llenos de ampollas…

Back es muchas cosas, pero sobre todo, es Dada Masilo y Lulu Mlangeni. La primera luce su altura y su musculatura imponentes, tótem torneado con cincel, punto de apoyo, pivote para que su compañera salga a volar, y ella misma, Dada, impulsa y lanza su inmensa humanidad con menos fuerza que para soplar una pluma. La segunda, Lulu, no tiene 22 años aún, y es una flecha. Dada y Lulu llevan la coreografía de una velocidad frenética, salpicada de pausas acertadísimas, sin cansarse, sin restarle ni una décima de precisión. Se escuchan, se sienten, se persiguen. Tienen el aliento y el tiempo necesarios para mirarse, arremeter, echar un guiño cómplice al público, y cuando Vivaldi recomienza, pues, recomenzar.

En Back no hay un argumento, lo que no equivale a ausencia de conflictos. Por el contrario, el dúo se vincula con un arco de matices: dulzura, agresión, indiferencia, curiosidad. La intensidad dramática envuelve a los rostros, expresivos sin caer en la pantomima. Y la coreografía misma, construida con la mayoría de los pasos de ballet y de conocidas técnicas de danza contemporánea, logra darle, a cada uno de esos movimientos, un sentido dramático y una interpretación en la que, sin caer en clichés, es posible adivinar algo del sabor africano: el contoneo, la cadencia, la percusión, el frenesí, gritos de estímulo compartido. El diálogo con la música es simple, fresco, empático, y además se impone y logra el reto de adelantársele a la partitura, lo que redobla el efecto de frescura e ingeniosidad.

En fin, por su simplicidad, originalidad, energía y honestidad, la visita de The Forgotten Angle Theatre Collaborative a México ha constituido uno de los mayores aciertos de este año en curso, por parte de los programadores de teatros y festivales oficiales, en contraste con su habitual inclinación por propuestas rebuscadas y mediocres. The Forgotten Angle Theatre Collaborative ha sido una ocasión para salir del teatro con un “¡Ohhhhh…!” en la boca, y alegría en el corazón.

Fotos: Suzy Bernstein.